Muchas veces cuando estás echando fotos, no acabas de acordarte de todas las fotos que has echado o de todas las imágenes que has captado. Después, cuando revelas el negativo, cuando escoges cuál será el que positivarás, te das cuenta y te detienes a observar y recordar a toda la gente que has captado. Pues todo lo contrario pasó con Abigail. El 6 de agosto del 2005 paseaba un tanto acelerado entre la gente de la comunidad de Huertas (Santa Cruz, Bolivia). Era el día de la Fiesta Nacional, el día de la Independencia de Bolivia. Como cualquier otro día en el que mi ánimo me pide agarrar la cámara, me puse a disparar "a todo lo que se meneaba". Pues alguien que se meneó fue la madre de Abigail, que era tan solo un bebé colgado dentro de un aguayo. Recuerdo que la foto "obligada" era la de sacar la instantánea de una mamá boliviana con su hijo dentro del aguayo, hasta que Abigail se movió y mostró su mirada. Deliciosa, inquieta, un tanto "churretosa", pero sobre todo inmensa. Fue después que alguien me dijo: "como siempre aprovechándote de los niños churretosos y sucios para echarle fotos". En absoluto!!! Esa mirada me caló hasta dentro, me inmovilizó. Al igual que hiciese Noelia, Abigail, de la cual ni sabía el nombre en aquel momento, provocó un zarandeo importante. Provocó un torrente de sensaciones. Creo que no es a mí solo... ¿verdad?

Cuando llegas y te vas encontrando con la gente, la respuesta a la pregunta es la típica: "D. Feliciano, por usted no pasa el tiempo" o "¡Qué grande estás por Dios!" si es un niño con el que te encuentras.
Pues no puedo haceros llegar ni un ápice de lo que sentí cuando después de cuatro años me encontré con Abigail...

Rafa M. López